lunes, 8 de agosto de 2011

Nace el líder popular Emiliano Zapata general en Jefe de la Revolución Mexicana


Su visión impactó la teoría y la acción revolucionarias, y legó visiones que siguen vigentes. era un guerrero político, con una visión del mundo que quedó recogida en “un documento central que expresa vivamente su legado concreto: el Plan de Ayala

Emiliano Zapata nació hace 132 años en el seno de una familia campesina en la población de San Miguel de Anenecuilco, una fértil tierra del sur de México que para entonces ya empezaba a darles más amargura que frutos a sus pobladores, a causa del avance del latifundio amparado por el Gobierno de Porfirio Díaz.

A los terratenientes se les sumarían las trasnacionales, que bajo leyes entreguistas terminaron por hipotecar buena parte del territorio mexicano.

La propia familia Zapata, que modestamente vivía de la tierra, fue víctima de esa política de despojo. Pero si a la infancia de Emiliano la marcó la impotencia ante el abuso de los poderosos, su vertiginosa y breve vida de adulto la dedicó a hacer la Revolución para liberar la tierra y restituirle al pueblo sus derechos.
CATÁSTROFE SOCIAL

En 1875, cuatro años antes de nacer Emiliano Zapata, se promulgó una ley de colonización que favorecía la ocupación de baldíos en todo el país. Aunque supuestamente buscaba estimular el poblamiento del territorio para preservar su integridad, en los hechos la normativa le abrió paso a grandes empresas extranjeras, especialmente estadounidenses.

Ya para 1883, bajo el gobierno “porfirista” de Manuel González, se amplió el alcance de la ley, al establecerse que el Ejecutivo podía “autorizar a compañías para la habilitación de terrenos baldíos con las condiciones de medición, deslinde, fraccionamiento en lotes, avalúo y su establecimiento en los mismos terrenos”. A esto se agregaba el compromiso de “concederles hasta la tercera parte de los terrenos que habiliten” en compensación por los gastos en los que por ello incurrieran.

El filósofo mexicano Fernando Buen Abad, explica que estas medidas eran impulsadas por Porfirio Díaz, que durante más de 30 años de dictadura, fue “el artífice de la mayor operación conocida, hasta ese entonces, en materia de concentración de latifundios, especialmente armado con un engendro legislativo que permitía la acción libre acción de los terratenientes muchos disfrazados de compañías deslindadoras”.

El efecto produjo una catástrofe social; en menos de 20 años grandes contingentes humanos, principalmente indígenas, desplazados del suelo que habitaron por centurias, o en el mejor de los casos sometidos a vasallaje, bajo un sistema semifeudal, acota Buen Abad: “Las comunidades indígenas fueron victimadas brutalmente. Nada valió, ni los viejos títulos de tenencia firmados por la Corona española tuvieron valor ante la voracidad de los terratenientes decididos a apoderarse de metro a metro de lo que, una vez fue territorio de ‘pueblos originarios’. Entre 1889 y 1890 se promulgaron “nuevas leyes” para suprimir la propiedad colectiva en favor del establecimiento de la propiedad privada de las tierras.

Prácticamente no había lugar para el pueblo en la vasta tierra sobre la que marchaba Emiliano Zapata a sus 35 años de edad, como lo evidencian estos datos señalados por Buen Abad: “Hacia 1900 la población total era de, aproximadamente, 15.500.000 habitantes, de los cuales 12.000.000 dependían del trabajo agrícola”, pero como la política del porfirismo fue “conservar sin afectación los latifundios semifeudales”, México arribó a 1910 con el siguiente cuadro:

Un poderoso grupo de “11 mil latifundistas concentraban la tierra de más de 70 mil comunidades rurales.El 96% de la población eran peones de campo. Los pueblos y las comunidades sólo disponían del 1% de la superficie cultivable”. Y no era diferente el panorama para quienes se buscaban la vida en otras actividades, pues “90 % de la minería estaba en manos extranjeras”.
NACIÓN ENTREGADA

Además del desastre social en el que México estaba sumido, su territorio había sido, literalmente, entregado al capital extranjero.

“Hacia 1910, año en que se marca el inicio de la Revolución Mexicana, 880 mil kilómetros cuadrados, casi la mitad del territorio nacional luego del despojo yanqui que se quedó con la mitad, de los 11 mil hacendados que tenían la tierra, algunos eran propietarios de latifundios mayores que algunos países europeos. Muchos de ellos estaban asociados con empresas extranjeras, la mayoría norteamericanas, que así controlaban más de 40 millones de hectáreas, 22% de la superficie nacional, incluso en la frontera, donde estaba prohibido por la ley que tuvieran propiedades los extranjeros”, describe Buen Abad.

En ese contexto estalló la Revolución Mexicana, con el alzamiento de Madero, que logró desplazar del poder a Porfirio Díaz. Pero un año después, convencido de que Madero no transformaría la estructura de tenencia de la tierra y, que, por lo tanto, el pueblo seguiría en las mismas condiciones,Emiliano Zapata se declaró en rebeldía.

Los ancianos de Anenecuilco lo habían nombrado calpuleque -representante del pueblo- para que diera la batalla en defensa del mundo de sus ancestros. De manera que cuando se sumó a la Revolución, lo hizo para honrar un mandato que iba más allá de resolver un problema de redistribución de la propiedad agraria.

En efecto, este líder popular que se alió con Pacho Villa para derrotar a la burguesía yanqui y al oligarquía de su propio país, era un político consecuente con una visión de mundo que no dudó en traducir en los hechos, como lo testimonian acciones como las medidas que tomó Tlaltizapán en 1915, que dispusieron la redistribución de la tierra conforme a antiguos títulos y tradiciones de propiedad, para revestir sus derechos a los desposeídos.

Su visión impactó la teoría y la acción revolucionarias, y legó visiones que siguen vigentes. era un guerrero político, con una visión del mundo que quedó recogida en “un documento central que expresa vivamente su legado concreto: el Plan de Ayala. Ese documento ha constituido un ideario de lucha que sintetiza en la frase ‘Tierra y Libertad’, y cómo puede ser entendido esto por un pueblo con hondas raíces indígenas y una historia monstruosa de despojos, muerte y postración durante siglos y hasta el presente”.

Texto/Carlos Ortiz
Foto/Archivo
fuente:correodelorinoco

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